martes, 26 de mayo de 2009

Hay pobreza en mi rancho.

Yo vengo de un pobre rancho,
con hambre, sed y descalzo.
Me vine por el desierto,
entre pantanos y charcos.
Baje en busca de medicina
y pa´mendigar un taco;
porque allá de donde vengo
l´hambre nos está matando.

Nomás no hay maíz pa´tortillas
y leche, pos cada y cuando,
por a´i unos chiles verdes
y unos cuantos frijoles rancios.
Los chiquillos s´tan tripones
de lombrices y gusanos.
Vamos, que hasta los perros,
todos bien ñengos y flacos.

Las muchachas casaderas
con sus vestidos de blanco,
sus mejillas sonrosadas
pero sus ojos, llorando.
Salen dizque a dar la vuelta
y al galán andan buscando.
Ya no hay mozos que las miren:
se fueron pa´l otro lado.

Quedan en el caserío
a lo mejor unos cuantos.
¡Bah! La mayoría son ancianos
y uno que otro borracho.
Y las muchachas del pueblo,
solteras se están quedando:
o bien, desvisten borrachos
o se quedan pa´vestir santos.

Hay por a´i una parroquia
que se está destartalando
y un cura que a mi buen juicio
ha de tener como mil años.
Lo conoció mi abuelito
y entonces era un muchacho,
pero, ya esta está carcomido,
viejo, chueco y jorobado.

Eso sí, también está una cantina
donde caemos los sábados,
para ponernos bien “pingos”
con mezcal, pulque o “curado”.
Allí olvidamos las penas
manque sea tan sólo un rato;
cambiamos al mundo mil veces
y soñamos y soñamos.

También está la escuelita,
pos si así se le llama, a un cuarto
todo lleno de alacranes
que torean nuestros muchachos.
Con un pedacito de gis
y un pizarrón desgatado,
unos alumnos con hambre
y un maestro pobre y flaco.

Eso sí, l´entran duro al alfabeto
¡Se lo comen a pedazos!
Porque si no le inteligen
les dan sus buenos varazos.
El profe se pone muino
y los desoreja a ratos;
eso sí ¡Cómo los quiere!
Se le nota que es de abajo.

Les habla re te bonito
a los mocosos carajos,
y a´i los tiene sentaditos
con el hocico babeando.
Pelando tamaños ojos
y con ganas, escuchando.
Yo crioque en esos momentos
¡Qué bonito s´tan soñando!

Luego a nosotros nos habla
d´este México nostálgico.
Del derecho que tenemos
de querer paz y trabajo.
Que todos semos iguales,
ricos y pobres, hermanos.
Prietos y blancos ¡Qué importa!
Todos semos mexicanos.

Pero, por eso no quita l´hambre
que todos traemos colgando;
y allá en mi rancho tan pobre,
pos menos, si no hay trabajo.
Por eso viene corriendo,
por medicinas y un taco.
¡Deveritas, se lo juro!
¡Hay pobreza allá en mi rancho!

¡Qué tristeza la del indio!

Que triste y negra es la vida
del Indio que Dios no quiere,
que hasta en la iglesia lo hieren
cuando en domingo va a misa.
Entra si lleva camisa
y sombrero de paja, en mano;
al cacique lo llamará "amo"
y al señor cura, "Ilustrísima".

Caminará de puntitas
y hasta aquel rincón, rezando;
a su Dios padre implorando
con la mirada sumisa.
Y allí, plasmada en retablos,
las falacias de dulzura
y trás de todo esto, el Cura
que lo transformó en esclavo.

La Iglesia lo hizo cristiano
con latigazos de fe,
obligado a obedecer
las exigencias del "amo".
Y así, sus callosas manos
a Dios y al "amo" se dieron,
entre bautismos y miedos;
entre santones y diablos.

Que triste y negro destino
del Indio que muere aprisa,
y aún se revuelca de risa
viendo a su "amo", divertido.
Al burgués, que pagó en oro
el sudor de su camisa
y como todo buen fascista
¿Reclama a quién, su tesoro?

Y caminando de prisa,
al doctor busca en su casa;
a la hechicera, en la paja
y al señor Cura en la misa.
Para curar la camisa,
el doctor no tiene ciencia,
ni la hechicera, paciencia
y el Cura no lleva prisa.

... El Indio busca la muerte
que para su buena suerte,
llegó con una sonrisa.

¡SIEMBRA!

No importa que camines entre piedras
o te empolves en la tierra árida y seca;
o por donde pises, crezcan sólo hierbas:
prosigue tu camino hacia la meta.
Nada más por donde pases ¡Siembra!

No importa que a través de la vereda,
otros, critiquen tu mirar sereno
y tu lento caminar, no lo comprendan:
sigue firme en el trazo de tu anhelo.
Y sin volver la vista atrás ¡Tú, siembra!

No importa la mentira, ni te ofendan
las injurias que al pasar, te lancen;
un día comprenderás que las contiendas
así como comienzan, se deshacen.
Tú sigue firme hasta el final ¡Y siembra!

No importa que a tu paso aprendas
lo duro que es andar en el camino;
hay mucho que ganar... cuando lo entiendas,
le tomarás más amor a tu destino.
Nada más, mientras lo piensas ¡Siembra!

No importa si a tu paso no hay ofrenda;
si llegas al final ¡Esa es tu suerte!
¡Triunfó tu voluntad en la contienda!
Y así, esperarás con dignidad, la muerte.
Pero, un minuto antes de morir... ¡Tú siembra!

Regala flores

Regala flores

Cuando sientas el alma entristecida
y a tu rostro, la pena amarga florece;
date un regalo excepcional en vida:
ama a tu mundo y regala flores.
Si en tu camino encuentras tierra yerma
y ausencia total de magníficos olores;
da gracias al Señor ¡No temas!
Es tu oportunidad ¡Tú siembra flores!

Cuando en el bosque te atrape su espesura
y no escuches los trinos de los pájaros cantores
sintiendo que la soledad te abruma;
eleva tu autoestima y riega flores.
Si en tu peregrinar por vastos lares
encuentras mil odios y temores;
lleva humildad a esos lugares
y enséñalos a amar, sembrando flores.

Cuando sientas la luz sobre tu pecho
porque a tu puerta tocaron los amores,
serás hombre feliz ¡Dalo por hecho!
Llena tu hogar con hijjos... ¡También con flores!
Si con el tiempo se fueron de tu lado
y provocaron en ti, fuertes dolores;
con fortaleza, humildad, hazlos a un lado
y con amor fraterno... ¡Cultiva flores!
Cuando llegue el final de tu destino
y de tu vida no queden resplandores
recibirás lo que te hayas merecido:
si flores siembras... te colmarán de flores.
Y así, en el sepulcro donde estés inerte,
alejado de envidias y rencores,
habrá a tu alrededor por siempre ¡Siempre!
Todo una eternidad... ¡Miles de flores!

"El hambre no tiene rostro"

De la antología poética "El hambre no tiene rostro" del profesor Fidencio Escamilla Cervantes, el siguiente poema:

Hay pobreza en mi rancho.

Yo vengo de un pobre rancho,
con hambre, sed y descalzo.
Me vine por el desierto,
entre pantanos y charcos.
Baje en busca de medicina
y pa´mendigar un taco;
porque allá de donde vengo
l´hambre nos está matando.

Nomás no hay maíz pa´tortillas
y leche, pos cada y cuando,
por a´i unos chiles verdes
y unos cuantos frijoles rancios.
Los chiquillos s´tan tripones
de lombrices y gusanos.
Vamos, que hasta los perros,
todos bien ñengos y flacos.

Las muchachas casaderas
con sus vestidos de blanco,
sus mejillas sonrosadas
pero sus ojos, llorando.
Salen dizque a dar la vuelta
y al galán andan buscando.
Ya no hay mozos que las miren:
se fueron pa´l otro lado.

Quedan en el caserío
a lo mejor unos cuantos.
¡Bah! La mayoría son ancianos
y uno que otro borracho.
Y las muchachas del pueblo,
solteras se están quedando:
o bien, desvisten borrachos
o se quedan pa´vestir santos.

Hay por a´i una parroquia
que se está destartalando
y un cura que a mi buen juicio
ha de tener como mil años.
Lo conoció mi abuelito
y entonces era un muchacho,
pero, ya esta está carcomido,
viejo, chueco y jorobado.

Eso sí, también está una cantina
donde caemos los sábados,
para ponernos bien “pingos”
con mezcal, pulque o “curado”.
Allí olvidamos las penas
manque sea tan sólo un rato;
cambiamos al mundo mil veces
y soñamos y soñamos.

También está la escuelita,
pos si así se le llama, a un cuarto
todo lleno de alacranes
que torean nuestros muchachos.
Con un pedacito de gis
y un pizarrón desgatado,
unos alumnos con hambre
y un maestro pobre y flaco.

Eso sí, l´entran duro al alfabeto
¡Se lo comen a pedazos!
Porque si no le inteligen
les dan sus buenos varazos.
El profe se pone muino
y los desoreja a ratos;
eso sí ¡Cómo los quiere!
Se le nota que es de abajo.

Les habla re te bonito
a los mocosos carajos,
y a´i los tiene sentaditos
con el hocico babeando.
Pelando tamaños ojos
y con ganas, escuchando.
Yo crioque en esos momentos
¡Qué bonito s´tan soñando!

Luego a nosotros nos habla
d´este México nostálgico.
Del derecho que tenemos
de querer paz y trabajo.
Que todos semos iguales,
ricos y pobres, hermanos.
Prietos y blancos ¡Qué importa!
Todos semos mexicanos.

Pero, por eso no quita l´hambre
que todos traemos colgando;
y allá en mi rancho tan pobre,
pos menos, si no hay trabajo.
Por eso viene corriendo,
por medicinas y un taco.
¡Deveritas, se lo juro!
¡Hay pobreza allá en mi rancho!