domingo, 25 de enero de 2009

LA LIBERTAD

La Libertad! ¡El Pueblo!», iba gritandopor calles y por plazas,cuando el jardín se viste de heliotropos,de azules lirios y de rosas pálidas.«La Libertad! ¡El Pueblo!», repetíasobre el fango y la escarcha,cuando tiemblan los árboles desnudosy se encorvan las ramas.Descalzo; el cuello al aire; mal prendidoel pantalón, que a la rodilla alcanza;sobre el cabello inculto, vieja boina,de dudoso color y rota malla;trigueño, endeble, sin descanso y ágil,por calles y por plazasa la lluvia y al viento,sobre el lodo y la escarcha,iba gritando con su voz ya ronca:«La Igualdad! ¡La República! ¡La Patria!»Se llamaba Andresillo, y contaríadiez primaveras a lo más. Su infanciafue una penumbra dolorosa y triste,el despuntar de un día de borrasca,un pasaje del Dante, una tragediaescondida en la bolsa de una larva.Huérfano desde el punto en que sus ojosse abrieron a la luz, por mano extrañarecogido del suelo del suburbio,hijo de la embriaguez y de la infamia,creció entre golpes y denuestos, solo,sin escuchar jamás esas palabrasque parecen el salmo de las cunasy que las madres verdaderas cantan.No le vieron jamás sus compañerosen los alegres corros de la playa;ni merodeó tampoco en los frutalesque la ciudad circunda; ni su charlahizo sonreír al viejo transeúnteque junto al grupo de chicuelos pasa;ni precedió a las tropas en revista,al vivo son de la marcial charanga’.Creció en un antro, conociendo el hambre,junto a un hogar sin llamas;y apenas supo andar, sus manecitas—sus manecitas por el frío cárdenas—ofrecieron temblando al pasajeroesas hojas inmensa en que vaganen orden apiñado,las líneas negras y las líneas blancas.Vendiese poco o mucho, eran los golpessu recompensa diaria;y fuerza era agotar la mercancía,gritar: «El Porvenir! ¡La Democracia!¡El Combate! ¡La Idea!», con voz ronca,bien estridente y alta,para aplacar la furia del verdugo,de la mujer salvaje y sin entrañas,que amparó, porque sí, por hacer algo,al hijo del misterio y de la crápula.Si el niño—« ¡Perdón, madre! » le decía,entre un turbión de lágrimas,aquella loca contestaba alzandosu diestra de gigante y descargándola:—«Tu madre fue una horrible mujerzuela!¡Un aborto del mal!...¡No llores! ... ¡Calla!..."En tanto, un hombre que paseaba ebriopor la mísera estanciaazuzaba a la bruja, murmurando:«Haces bien. ¡Que se calle o que se vaya!»Así, entre el vicio, el odio y la miseria,junto a un hogar sin llamas,pasó el pobre huérfanola tenebrosa infancia:la infancia de Andresillo, un condenadodel que Dante no habla!IIUna noche de invierno, triste y fría—noche de lluvia, sepulcral y opaca—,Andrés, enfermo, pero casi alegrey sin números ya, cruza la plaza,pensando en lo sabroso de su cenay en lo caliente del jergón de paja.No es fácil que le peguen; ha vendidotodo lo que gritó; y, aunque se hallaquebrantado y con fiebre, sólo el fríode la lluviosa noche le acobarda.De pronto oye un sollozo; es una niñahuérfana como él, como él sacadadel fango de la sombra, y compañerade oficio y correrías. «—¿Qué te pasa?¿Qué tienes?», le pregunta. Y, suspirando,dice la niña pálida:—«¡Que no puedo vender todos los números!»—«¡También a ti te pegan! ¡Pobre Paula!»—«¡Me castigan de un modo! ... ¡Si da miedo!»la hermosa niña exclama.—¿Cuántos números tienes?», Andrés dijo.—«¡Ocho!», responde la pequeña. Oh santacompasión del insecto por el átomo!Andresillo, infeliz, la frente baja;compra los ocho números y sigueel camino que lleva a su covacha,calculando los golpes que le esperan,llena de angustia el alma;mientras que de rodillas, en la noche,sobre las nubes pardas,la madre de la niña sin amparo,de gratitud y compasión lloraba!Llegó Andrés a su cueva. Vio en lo oscuroel gastado jergón de húmeda paja,y sobre tosca fuente, junto al fuego,el humo de las viandas.« ¡Si te quedó algún número, a la calle! »,la mujer le gritó. « ¡La noche es mala...y no pasaba gente! ¡Estoy enfermo! »,del niño balbucea la garganta,ya llena de sollozos. «... ¡A la calle!¡A dormir en los bancos de la plaza!¡A cenar con los perros sin arrimo! »,contesta la mujer. Y, con la rabiaque ahoga la voz de la piedad bendita,dejó al niño y la sombra cara a cara.Lo que el niño y la sombra se dijerones un misterio aún. ¡Tal vez el almaenternecida de la pobre madre,sobre el niño tendió las leves alas!Lo cierto es que al venir el nuevo día,los quinteros que entrabanen la ciudad, rigiendo adormecidoscon mano floja, las carretas tardas,le vieron con asombrosobre el umbral oscuro de la casa,rígido, inmóvil, azulado, muerto,a la confusa claridad del alba.CARLOS ROXLO

No hay comentarios: